Mago refinado del relato gótico, cineasta olvidado, deslumbró en los años 60 en México con películas como Hasta el viento tiene miedo y El libro de piedra.
Llamaba la atención ya entonces su dominio del arte de contar historias, su capacidad para sugerir, con medios mínimos, la alucinación. En esa etapa sus películas eran narraciones estilizadas, perlas que recuerdan, por su concisión y su transparencia, a los relatos de fantasmas de M. R. James. Sin embargo su madurez llegaría más tarde, en 1984, con Veneno para las hadas, una obra extraña, más allá de los géneros, consagrada a la infancia, que no merece ser olvidada.
Veneno para las hadas es una película hermosa y cruel que mantiene con vida, como una tea encendida, el misterio de los cuentos. Taboada narra la historia de una niña que descubre su vocación y decide poner a prueba su poder. Graciela, huérfana, manipuladora y caprichosa, escucha con pasión los cuentos de su cocinera. Sus historias mórbidas de aquelarres y hechicería le fascinan y acaban revelándole su verdadera naturaleza: se siente bruja. Su compañera de clase, Fabiola, atraída por su carisma y la fuerza de sus visiones, acepta su vocación sobrehumana y decide acompañarla. Esta alianza se traducirá en una cadena de ritos, sacrificios, chantajes y sincronías fatales, en un viaje marcado por la muerte y la fascinación, que Graciela, incapaz de vivir de vivir fuera del Mito, interpretará como una cruzada furiosa contra las hadas, enemigas raciales –según le cuenta su cocinera- de las brujas.
Graciela y Fabiola viven en un mundo que se basta a sí mismo, un eterno verano, un país habitado por bestias y genios que tiene la belleza cerrada y asfixiante de un invernadero. En Veneno para las hadas no veremos, salvo en contadas ocasiones, el rostro de un adulto. De ellos sólo nos llega, como una oscura resonancia, la voz. Con frecuencia les oiremos contar historias a las protagonistas. Las palabras de los adultos –que hablan de hogueras, de venenos, de antiguos odios y alianzas (“las hadas no se llevan con las brujas, les tienen miedo”), son símbolos y emblemas resplandecientes para las niñas, confirman sus miedos y sus deseos y refuerzan sus intuiciones. Todo sirve a la leyenda. Y cuando la leyenda se asume como vocación, nos recuerda Taboada, no existe la impostura. La furia con la que Graciela y Fabiola viven sus vocaciones –hasta las últimas consecuencias- haría temblar a un adulto.
En el mundo salvaje de Veneno para las hadas son frecuentes las apariciones de animales. Los comentarios de Graciela sobre el búho disecado, la araña, el perro o el sapo nos recuerdan que la tierra pertenece –en un interregno maravilloso- a los niños y a las bestias. En los bosques de En compañía de lobos, de Neil Jordan, reaparece el mismo bestiario desmesurado. Graciela buscará el rostro de las hadas en un Edén lleno de bestias.
Aunque Veneno para las hadas hunde sus raíces en el imaginario medieval de la brujería y celebra al animal también se aventura a hablar sobre las hadas y sus golpes, que hacen caer a los hombres. Graciela alcanzará a ver el rostro de Mab, de Titania, reina de las hadas, en el corazón del cuento, en un paisaje que alcanza la condición de geografía sagrada, en vecindad con el pantano de La noche del cazador –el encuentro tendrá lugar, en esta ocasión, junto a un lago-, en un país al que sólo unas pocas obras afortunadas, como ésta, consiguen hacernos regresar.
Publicado por Monsieur Tiffauges para LUMINAR XXI